A las doce horas del día 18 de diciembre de 1913, se procedió a la inauguración de las obras de la finca “El Alba” (Cuarenta Fanegas). Su inauguración oficial tuvo lugar el 17 de octubre de 1914 y en su Reglamento, de 333 artículo, se detallaba la uniformidad para los alumnos, cuya primera Promoción fue de 200.
El más moderno de nuestros actuales Colegios, comenzó su andadura en 1913
La Sección de Huérfanos se crea por Real Orden de 2 de enero de 1879, y en su artículo primero quedaba precisado que su objeto era «el de sostener y educar a los huérfanos de ambos sexos de jefes, oficiales y tropa».
La primera Sección de Varones se estableció en un local de nueva planta levantado junto al Colegio de Guardias Jóvenes. Para atender a esta sección fue designado un Oficial, auxiliado por un Sargento, un Guardia Primero y otro Segundo, de los que uno de ellos debía poseer el título de maestro elemental, cosa nada fácil, por supuesto. Para los varones, el número máximo de plazas fue fijado en 50, y las edades para el ingreso, entre los seis y los doce años, por el siguiente orden: huérfanos de padre y madre, huérfanos de padre y, por último, de madre.
En el último tercio del siglo XIX, varios eran los Colegios de huérfanos pertenecientes al Ejército. Estaba el Colegio María Cristina, que tenía la Infantería, y los de Huérfanos de la Guerra, de Caballería, de artilleros e ingenieros. Poco más de treinta años después de la creación de la Guardia Civil, surge la preocupación y el deseo de proteger a los huérfanos del Cuerpo con la creación de los Colegios.
Ya el Rey Alfonso XII colocó la primera piedra para la construcción de El Juncarejo, el 20 de junio de 1880. Ese evento se produce por la preocupación de la Asociación Pro-Huérfanos, en cuyos fundamentos quedaba precisado que su objeto era «el de sostener y educar a los huérfanos de ambos sexos de jefes, oficiales y tropa», cosa que ha venido haciendo a lo largo de más de un siglo.
Comenzando el siglo XX hay un deseo de renovación de los establecimientos escolares, y se redactan una serie de proyectos, pero no prosperaron. En el año 1912, siendo Director del Instituto el General Aznar, se va a conseguir materializar ese deseo de renovación, basándose en un proyecto anterior del Coronel de la Guardia Civil don Eugenio de la Iglesia Carnicero, hombre de gran inteligencia y actividad, que intervino en numerosas mejoras internas del Cuerpo y fue uno de los inspiradores de la creación del Colegio Infanta María Teresa. El Comandante Blanco, del Cuerpo de Ingenieros, trazó los planos, y el 28 de noviembre de 1912 fueron adjudicadas las obras mediante pública subasta a la Sociedad Anónima de Construcciones y Pavimentos. Según cálculos, el nuevo Colegio estaría concluido el 15 de septiembre de 1913 y su coste ascendió a la «pavorosa cifra de 650.000 pesetas».
Las Cuarenta Fanegas
Entre los fundamentos que aconsejaron la reorganización de los Colegios, el primero fue el de la separación de los Guardias Jóvenes y los huérfanos. Los huérfanos comprendidos entre los seis y los doce años de edad no se incorporarían al Colegio Infanta María Teresa, sino que quedarían al cuidado de las Hermanas de San Vicente de Paúl en el colegio de niñas (Marqués de Vallejo).
Para el nuevo Colegio masculino se dictó un Reglamento muy detallado de 410 artículos, que fechado el 31 de diciembre de 1912, dictó el régimen interior y el funcionamiento.
Contenía el nuevo plan de enseñanza, con un primer ciclo de formación elemental, un extenso programa de cultura general y, por último, enseñanza técnica, militar y profesional en dos cursos.
Inauguración y primer Director
Su inauguración oficial fue el 17 de octubre de 1914, y en su Reglamento, de 333 artículos, se detallaba la uniformidad para los alumnos, cuya primera Promoción fue de 200.
La Sección de Madrid contó con los recursos económicos de los haberes de los 50 Guardias Jóvenes de Valdemoro, las pensiones y cuotas de los asociados, donativos particulares, muy escasamente alguna subvención del Estado y la parte correspondiente del fondo de multas.
Como colofón de todos los logros obtenidos por el General Aznar, a quien se debe la construcción del Colegio, está el del patronazgo de la institución bajo la advocación mariana de la Santísima Virgen del Pilar, elevada por él la petición al Ministro de la Guerra, General Luque y Coca, por Real Orden de 8 de enero de 1913, en que quedó declarada Patrona de la Institución.
El colaborador de esta obra José Antonio de la Jara, a su vez socio fundador y IV Presidente de la Asociación, recordaba así su estancia en este Centro del Cuerpo y las sucesivas obras que en ella se iba efectuando:
“Colegio ‘Infanta María Teresa’. Al contemplar de nuevo en estas páginas tu fachada, se despiertan en los que ayer te conocieron o tuvieron la alegría de pasar por ti múltiples y dormidos recuerdos de felices días compartidos bajo el celo, cariño y competencia de Profesores y celadores de la Guardia Civil que supieran forjar legiones de alumnos que coparan convocatorias, y que en un mañana ya hombres, sabrían destacarse en las más diversas actividades, como en los Cuerpos de Correos, Telégrafos, Aduanas, Radiotelegrafistas, Peritos, Maestros, Medicina, etc., así como también en la vida militar, donde escribieron con su sangre y valor páginas imborrables de la Historia patria. ¡Qué tiempos! ¿Quién conocerá ahora aquel Colegio, que alzaba a todos los vientos su artístico caserío, como mansión prócer, enclavada entre los altos de la Castellana, Chamartín, la riente Ciudad Lineal y castiza Prosperidad? Cómo nos enorgullecíamos al oír decir a nuestro lado: “¡Aquél es el Colegio de las Cuarenta Fanegas, de la Guardia Civil!” ¡Las Cuarenta Fanegas!.
Es difícil hacerse a la idea de que existe en sus terrenos el “Infanta María Teresa”. La mano y caprichos del hombre, o conveniencias oficiales, fueron sembrando sus bellos campos y cuidado jardín de una serie de edificaciones que paulatinamente fueron achicándolo, ahogándolo en masas de cal y ladrillo, hasta llegar a casi una inmerecida lapidación, al quitarle sus bellos horizontes y magníficas perspectivas, haciendo así desaparecer su orgullo y señorío.
Pero aquella quietud, aquel bienestar, duraría pocos años, empezando a enrarecerse cuando delante de su fachada principal, nuestro orgullo, surgiera un feo caserón destinado a talleres. Aún recuerdo las censuras que en aquellos alumnos provocara tal atentado o profanación a tan bello edificio. “¿Es que no hay otro sitio donde edificar?, se preguntaban.
Sí, lo había; allí estaban las grandes extensiones de terreno baldío, junto a la enfermería o hacia la vieja imprenta, hoy separada por una nueva carretera. Y ese fue el principio del fin de su amplitud. Tras este taller hace su aparición otro, en el campo de fútbol (junto a aquella huerta de nuestras pequeñas “razzias”), donde tantos laureles consiguiera el temido equipo del “Infanta”.
Cuando salimos de este Colegio pensamos que ya no serían posibles más atentados, pero el tiempo y los que rigieran sus destinos se encargaron de que no fuese así; aún sigue haciendo de “sandwich”, pues por si no fuese poco lo sufrido en su integridad al construir aquel edificio-taller, de tan mal gusto como absurda idea, a nuestro parecer infantil, aquel parche tan antiestético que situaran ante su fachada, ahora, en su coquetón jardín, de bien cuidada “pelouse”, festoneado por esbeltos árboles y olorosas acacias, preciosos macizos de rosales, damas de noche, que con los magnolios daban sombra y perfume embriagador, con susurro del agua cristalina que corría por los regatos de sus canalillos de riego, vuelve a quedar mutilado por otro edificio de modernísima traza, muy dispar ante el estilo y dignidad arquitectónica del Colegio base, el Colegio crisol, fuente de “carreristas”, ¡el “Infanta María Teresa!”, una Residencia, modelo de “confort” en su clase, que venía a estrechar aún más su cerco y visibilidad, en unión de la nave de la Escuela del “Capitán Cortés”. Y por si esto fuese poco las necesidades de la expansión urbanística de nuestra capital lo ciñen, ahogándolo definitivamente en un cinturón de asfalto y grandes edificaciones, en lugares donde podían haber ido las nuestras, que hace preguntar a propios y extraños: “¿Dónde está el “Infanta María Teresa”?” En el mismo sitio, señores; pero, ¡cuán distinto en todo y por todo! Para el que esto escribe es como aquellas damas de esplendorosa juventud en las que el tiempo y los humanos encargáronse de marchitar su lozanía, que inútilmente quieren con afeites y adornos resucitar o inspirar, en vano, la admiración de antaño; los atavíos puede que valgan más, pero su persona, no.
Anhelo, a nuestro parecer, muy justo, cuando en ello va la imperiosa necesidad de la gran familia benemérita, que, dispersa por apartados rincones de la geografía nacional, ve con preocupación, con temor, acercarse la edad de estudiar de sus hijos y pasarles esos cruciales momentos de su niñez, de su juventud, sin llegar a colmar sus aspiraciones Como lo consiguieron los hijos y compañeros de antaño. ¿Soñar a esa hora? Creemos y tenemos la esperanza de que en el mudo reloj del “Infanta” pronto sonará el momento de ese deseo de prósperos y felices anhelos, sin que esto implique merma en los méritos de los que antes lo rigieran.
Ese momento se acercará, y el mudo reloj de aquel famoso Colegio pronto marcará la hora G. C., en su dirección y cultura, la de la bien preparada Guardia Civil. ¡Así sea!”.