Comenzó Juncarejo tímidamente su funcionamiento en 1880, bajo el cuidado de las Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl, con una capacidad para 100 alumnas. Las edades para el ingreso eran entre los seis y los doce años, y su permanencia, hasta cumplir los veinte. Su edificio, aunque conserva hoy su estructura, ha sido remodelado recientemente, teniendo las huérfanas internas toda clase de comodidades que favorecen su educación en todos los sentidos.
En 1879, La Asociación Pro-Huérfanos del Cuerpo con la finalidad de que también gozasen de amparo sus huéfanas, fue promovida la donación de la finca de “l Juncarejo”, antigua huerta y convento del Carmen, sita en Valdemoro, de la que eran propietarios los marqueses de Vallejo.
Tras la fundación de la Guardia Civil, en 1844, por el Duque de Ahumada, pronto surgió el problema, dentro del Cuerpo, del desamparo de viudas y huérfanos.
Alfonso XII, cuya predilección por la Guardia Civil fue notoria, ante la imposibilidad de dotar al Cuerpo de unos sueldos de acuerdo con los tiempos, y “para dar una prueba del agrado con que se veían sus distinguidos servicios” permitió la reorganización del fondo de multas, autorizando por ley la entrega de la tercera parte de los importes de las mismas, por infracciones a la Ley de Montes, con destino y comisión de la fuerza denunciante.
Asociaciones benéficas
Los beneficios de participación de multas se hicieron luego extensivos a las infracciones de guardería rural, servicio piscícola y Ley de Caza.
Para otras atenciones humanitarias se crea en 1875 la Asociación de Socorros Mutuos, aún existente, con la misión de facilitar a los familiares de los fallecidos un auxilio capaz de cubrir dignamente los gastos del sepelio.
En 1878 fue creada una Asociación benéfica, con el fin de proporcionar albergue a los huérfanos del Cuerpo que, por razones diversas, no pudieran ser admitidos en el Colegio Duque de Ahumada de Valdemoro, que era el centro de formación para miembros del Cuerpo salidos de la familia de la Guardia Civil, así como para socorrer a sus madres. Dicha Asociación daría luego lugar a la de Pro-Huérfanos de la Guardia Civil.
Pro-Huérfanos
Establecidas formalmente las bases de la Asociación Pro-Huérfanos por Orden Circular de 12 de enero de 1879, con la finalidad de que también gozasen del debido amparo las huérfanas del Cuerpo, fue promovida la donación de la finca de «El Juncarejo», sita en Valdemoro, antigua huerta y convento del Carmen, de la que eran propietarios los Marqueses de Vallejo. Para la recepción de la finca y terrenos correspondientes fue autorizado el Director General, Marqués de La Cenia, otorgándose escritura ante el Notario de Madrid Hilario Carrillo, que quedó registrada con el número 133 de las de aquel año.
Posteriormente, y por otra escritura fechada el 17 de marzo del mismo año, el Capitán Subdirector del Colegio de Guardias Jóvenes se hizo cargo en la villa de Pinto de una segunda finca denominada «Olivar de la Cruz», nueva donación al Cuerpo de los altruistas Marqueses de Vallejo. Su generosidad fue secundada por todos los componentes de la Institución, que aportaron, mediante colecta, los fondos necesarios para la construcción de los edificios y demás instalaciones.
El Juncarejo
Las obras del Colegio de Huérfanas fueron inauguradas el 19 de junio de 1880, colocando Alfonso XII la primera piedra. Fue ésta la única ocasión en que, como Rey de España, revistó y visitó el Colegio de Guardias Jóvenes de Valdemoro. Una compañía del 14º Tercio hizo los honores de ordenanza en la estación férrea.
Dispuestos por el arquitecto Bruno Fernández los últimos detalles, fue depositado en el interior de un hueco, hecho a tal efecto en el terreno, un ejemplar de la «Gaceta» del día, una copia de la escritura y veinte monedas de curso legal. Colocada por Alfonso XII la primera piedra, ofició el acto religioso el Obispo Auxiliar de Madrid.
Por el Brigadier Secretario General, José Arderéis, se levantó acta del acontecimiento.
Comenzó Juncarejo tímidamente su funcionamiento en 1883, bajo el cuidado de las Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl y con una capacidad de 100 alumnas, aunque durante los diez primeros años, por falta de recursos, sólo se admitió a 40.
Ingreso y salida
La permanencia duraba hasta cumplir los veinte años de edad. Cuando alguna huérfana conseguía el título de maestra elemental, máxima aspiración antes de cumplir los veinte años, era dada de baja por considerar que ya gozaba de «lisonjero porvenir» y su plaza debía ocuparse por otra más necesitada.
Las Hermanas de la Caridad, en número de ocho, más la superiora, ocuparon los cargos de Secretaria-Contadora, maestra, celadora, enfermera, cocinera, etc.
Al ser contratadas se les daba, por una sola vez, 125 pesetas para hábitos y equipo y 1,25 pesetas haber diario, con cargo a los fondos de la Asociación más 10 pesetas mensuales para calzado y entretenimiento del vestido. Tuvieron muy recomendado el buen trato a los niños, pues los educadores «deben imponerse por medio del amor y la caridad, ya que con el castigo y el rigor sólo se consigue hacerlos recelosos y tímidos, en vez de honrados y virtuosos ».
Hospital de sangre
Las huérfanas podían emplearse en el comercio o cualquier otro oficio de fácil y posible aplicación que les asegurase bienestar y porvenir.
Las que mostraba su afición por la costura confeccionaban ropas y vestidos, tanto con destino al utensilio de la Guardia Civil como al libre comercio. La cuarta parte de los beneficios quedaba retenida para mejora y atenciones del taller, mientras que las tres restantes, distribuidas en partes proporcionales con respecto al esfuerzo de cada una, se les ingresaba en una libreta de ahorros, de cuyo saldo solamente podían hacer uso al contraer matrimonio o al cumplir los veinticinco años de edad.
Durante la guerra civil de 1936/39, las alumnas que quedaban sin poder ir de vacaciones con los suyos, en su mayoría, fueron trasladadas a Valencia por orden de la Autoridad competente. El Colegio fue transformado en hospital de sangre, y así se pudo conservar para la vuelta de esta tremenda odisea. En el año 1940 (la tradición oral cuenta que una hermana permaneció durante este período en el Colegio, que no quiso abandonar), quedó al frente de dicho hospital Sor Modesta Rojo, de origen portugués, y el resto de la Comunidad buscó cobijo donde pudo, algunas con antiguas alumnas, que les abrieron sus puertas, a pesar del peligro que esto suponía.
Los años cuarenta-cincuenta no son momento muy boyante para el Colegio. Hay otros centros, por el excesivo número de bajas en el Cuerpo, donde también existen plaza para las huérfanas de la Guardia Civil, y en aquel momento, la niña mejor dotada irá allí, donde se puedan impartir estudios más relevantes. Entonces se crea el taller de corte y confección, de máquinas de punto, bordado, costura…. pero todo tiene un fin, y éste llegó en 1951, en el que se potencia la comunidad y se reanudan los estudios medios, Bachillerato Elemental, Magisterio… y algunos puestos para estudios universitarios en que las mismas viudas se encargaban de dar hospitalidad a las alumnas universitarias y también de enfermería. Las alumnas que optaban por Magisterio quedaban en el colegio y se presentaban libres, habiendo salido un buen número de maestras que actualmente están desempeñando su labor por toda la geografía de España. De esta manera se fue trabajando día tras día en el sentido intelectual, sin descuidar la formación cristiana y humana, que es la principal meta de educadoras y profesoras.
Década de los setenta-ochenta
Al crearse el centro de Cáritas de FP en la rama de administrativo, también se vio conveniente cancelar las clases de FP que se cursaban oficialmente en el Colegio, pasando las alumnas al “Arzobispo Morcillo”, dependiente de Cáritas de Madrid.
En el año 1980, viendo la posibilidad de las huérfanas que aspiraban a estudios superiores, y siendo grandes las dificultades de poder adaptarlas en pisos o en diversas residencias, se sugirió a la Asociación Pro-Huérfanos la creación de una residencia universitaria para las huérfanas, pensando continuar la labor educativa con las mismas. Se construyó el edificio, amplio, cómodo, asequible, y la Asociación corre con todos los gastos, pero al frente de las alumnas se buscó a una Comunidad de jesuitinas, que las mismas hermanas buscaron, y que en número de tres o cuatro trabajan en su formación humano-cristiana y tienen un seguimiento de sus edificios universitarios.
Mantienen una estrecha relación con el Colegio que las vio nacer a la vida intelectual y existe un seguimiento de amistad, de consejo, de afecto y de interés por la marcha de sus vidas. A cuantas se ha podido, se les ha buscado trabajo, finalizados sus estudios universitarios.
El “Junca” hoy
El Colegio, como cualquier centro, necesita ser ayudado de profesorado seglar; la mayor parte de las que hoy imparten clases en el Juncarejo son huérfanas, en ellas tenemos las continuadoras de lo que han visto hacer en ellas; además de su preparación profesional, hay otro interés psicológico y afectivo, muy profundo, por la buena marcha de su «querido Colegio».
Es muy interesante, desde nuestro punto de vista, la participación y el seguimiento de los estudios de las alumnas. El hecho de salir del Colegio y relacionarse con todo tipo de personas, les hace integrarse en otros ambientes. Se mantiene relación constante con los profesores, de cara a que su enseñanza y comportamiento sea óptimo. En sus respectivos centros participan en las tareas extra escolares, asistiendo a obras de teatro, excursiones, fiestas, etcétera.